Fuí un niño triste, pero felíz.
Una gran maestra me dijo que en su infancia, el realismo mágico era parte cotidiana de su vida. Un tio que se bajaba un litro de licor al seco, una tia con parkinson en el cuerpo entero, y la leyenda casi real de que en esa misma casa los muertos, en otras vidas, convivían juntos ahí. Tengo una melancolía, de esas sin arreglo.
Fuí un niño triste, pero felíz. La melancolía tiene su belleza determinada por cada uno de nosotros. Cierro los ojos y vuelvo a mi infancia, un niño triste, un tanto solo. Siempre he cometído el egoísmo de decir que me me he sentido sólo muchas veces. Más de las que quisiera, más de las que me gustaría sentir, y más de las que creo merecer. Algo de realismo ágico tiene la vida solitaria, por lo menos esta la libertad de poder pensar lo que quieras. En un momento, se fue la década de los 90, y con ella, la etapa más bella que mi vida ha tenido.
El primer beso y el fin de mi infancia, el primer golpe, y el fin de las prepotencias, la primera caída y el fin de la inmortalidad, esa que tanto quise en algún momento. Extraño quién era yo hace tiempo. Era triste, pero felíz, me entiende?. Aceptaba esa emoción como propia, registrada por mí, y por nadie más. Fuí un niño triste, pero felíz. Me gustaba sentarme en la mesa de la gente "grande", porque era más entretenida que la de los "chicos". Molí a golpes a mi hermano mayor en una piñata. Pintas, la dálmata y sus tics de reirse. Más sabios que uno. Yo prefería pensar, y dejar que fluyera en mí, como algodón.
Creé leyendas de una bodega que estaba al fondo del patio.
Fuí un niño triste, pero felíz. Una vez inventé un avión que no voló, la verdad es que si voló. Lo piloteaba Raúl, mi hermano menor, mi gran amigo, mi arquero y mi paño de lágrimas. Mi padre me dió la gran enseñanza. Cuando ganes dinero, saca 30 lucas los viernes, compras cosas para comer, y te encierras con tu familia, todo el fin de semana. Mi hermano mayor ya estaba metido en el cuento audiovisual, yo recien entendí como funcionaba atari. Mi padre hacía edificios, y tenia un olor a colonia denim, una roja, en la bufanda. Mi madre estudió a los 40 años, turismo. Estudiaba, cocinaba, preparaba a los muchachos y a mí para ir al cole. Envidia a a los que llevaban colación, pero también aprendí mi naturaleza dilapidadora. 100 pesos erna muy poco para mi consumo de cocacola y mani salado.
Los domingos había olor a mermelada y al paté, de la hora el té. Tostadas con mirada de fútbol. Audax Italiano, el equipo de la Florida, la comuna de mi infancia. Las tallas de los viejos socios.
Cierro los ojos de nuevo y me aferro a mi madre, y el gusto de las chuletas con puré. Por dios, que placer más grande. Era como un premio al esfuerzo que no hice.
Fuí un niño triste, pero felíz. No tengo la menor idea de la onda en la que estoy. De repente, pierdo la noción, y un viaje en metro por casi todo santiago se me hace el recuerdo de una navidad sin muchos realos, pero mucha comida. La recesión hizo que no tuviera el regalo que queria, y el traidor de polo norte mostró su verdadera cara.
Fuí un niño triste, pero felíz. Extraño personas, extraño momentos, extraño lugares. Me extraño de mi mismo, al pensar en que a punto de terminar un paso más en esta vida, esté pensando estas cosas. Di un examen de grado, hoy volví a la facultad, y me llenó de una extraña sensación. Decidí entonces, que debo cortar con cierto pasado emocional, porque de otra manera, afectará lo que viene. Que tampoco sé que es. Vuelo al rutinario día, trato de hacerlos distintos uno a uno, pero a veces me canso, me desencanto. Fuí un niño triste, pero felíz.